Cuando cuelgas las dianas (12)

[Previo]

Mansión Mantiava

Frente a la mansión, Jalrad jugaba con la espada que le habían prestado. La mayoría de baldosas del suelo estaban rotas, habían perdido su color rojizo y sus dibujos en rombos estaban deslucidos. Entre ellas crecían hierbas y plantas que alcanzaban hasta la altura de la cabeza. En la zona que estaban los hermanos, como en otros lugares de paso, los tallos habían sido cortados a la altura de las rodillas y algunos aún descansaban seccionados en el suelo.

— ¿Llegaré a usarla? — dijo lanzando una estocada.

Naton estaba sentado en el suelo con la espalda apoyada en una baranda de piedra. Detrás quedaban las vistas a los jardines y su estanque invadidos por la maleza. Ante las palabras de su hermano le vinieron a la mente las bestias correteando por el pasillo inferior el día anterior. El raspar de las patas contra la piedra. Sus dispares sonidos. Los cadáveres retirados. Garras de la longitud de espadas. Dientes que podrían atravesar dos cuerpos como el suyo. Mandíbulas que no quería que probaran su carne. Recordó trabajar con el temor a que alguno se levantara. Él no estaba tan entusiasmado por pelear contra ellas.

— No es lo que esperábamos, pero su estilo es eficaz. Creo que evitaremos el combate. — Su hermano resopló, lanzando un tajo ascendente. — Mantente en guardia. Puede ocurrir en cualquier momento. —
— Sí, sí… —

Naton sabía que no le podía insistir más. Ya no le escuchaba. Miró tras su hermano, al pequeño monte que se había formado entre las alas del edificio. La torre había sido derruida en la batalla contra Mantiava, se desplomó hacia la parte posterior y los escombros habían sido cubiertos por completo por la naturaleza. La fachada principal extendía sus tres pisos a ambos lados del hueco, que de alguna forma parecía arrancado, hasta perderse entre los árboles. La pared era un triste recuerdo de su lustroso blanco.

— Hasta tenemos un mago. — volvió a hablar Jalrad, escondido tras su escudo. Parando ataques imaginarios. — ¿No? —
— También lo pienso. Ese Cot… —

Naton se calló al escuchar las conversaciones cada vez más cercanas. El resto del grupo fue llegando por las escaleras y él se relajó. Se había mantenido en guardia por si aparecía alguna bestia de la mansión. No le había gustado acercarse con Jalrad. Se vio obligado a seguirlo para no dejarlo ir solo. No le dejó más opciones. En ese momento se sintió más seguro con la cercanía del grupo. Y del posible mago.

***

Los hermanos se internaron con el grupo en el pasillo que habían utilizado como trampa. A Naton se le pegaban los pies en la sangre impregnada en el suelo. En la nariz su olor. El corredor tenía cuatro puertas cegadas con una losa de piedra en el lado izquierdo y alargadas ventanas en el lado opuesto. La luz se colaba difusa por la suciedad y daba la sombra cuadriculada del enrejado. Había puntos en que se volvía más rojiza, resaltando las manchas rojas que se extendían en todas las superficies. En las esquinas habían pequeños fragmentos de hueso, cartílago, músculo… Un diente. Solo habían retirado los cuerpos y las partes grandes. Cuando aún goteaba la piedra sobre sus cabezas. Naton recordó los insectos enormes. Uno de aspecto de mantis con garras enormes. Otro como un escorpión. También un huargo que podría devorarle de dos bocados y una especie de gorila con afiladas garras y cabeza de reptil. Vio el brillo azul de un amuleto girando alrededor de una mano. La cadena daba vueltas en un dedo. El de Jalrad. El resto llevaba el suyo puesto.

— Póntelo. — le dijo, dándole un golpe en el hombro.

Su hermano le devolvió una sonrisa de suficiencia y alzó los hombros. Su cabeza indicó hacia delante. Khorianta encabezaba la marcha, acompañada de cerca de Cot y Unia. Otros dos guerreros les separaba de ellos. Luego Jalrad señaló hacia atrás, donde venían dos guerreras y Yamuy, que cerraba la marcha. Caminaban casi en parejas, aunque el espacio permitía hacerlo en tríos. Naton negó con la cabeza. Repitió « póntelo » con los labios con evidente enfado. Pero no consiguió nada.

Avanzaron hasta llegar a una amplia estancia dominada por la vegetación. Naton pensó en una antigua sala de banquetes. La hierba pisada y las ramas dobladas y rotas delataban por dónde se habían estado moviendo las bestias. El fuerte olor que se intensificó al abandonar el pasillo le dejó claro que habían habitado allí. Era como si alguien hubiera cagado en el peor callejón de la ciudad y le rebozara la cara contra el suelo. Nadie quería identificar de qué era cada olor. A la izquierda del gran espacio había un par de peldaños y espacio para la mesa de los anfitriones. Ésta tenía una pata rota y la madera superior descansaba en el suelo con sus elaborados bordes. De seis grandes mesas redondas solo una se mantenía firme, dispuesta para un nuevo servicio. Aunque las sillas estaban todas tiradas y desperdigadas. La mayoría rotas. En el lado derecho una cristalera ocupaba la pared entera y subía hasta la mitad de la alta cubierta inclinada. Estaba sucia y tenía un par de agujeros rotos. Fuera se veían las sombras de una terraza con estatuas invadida por la maleza. Cuando empezaron a desplegarse por el espacio Naton se acercó y le pareció que habían unas escaleras para bajar hacia los jardines.

Un grito de alarma atrajo la atención del grupo. Unia se había encontrado con un insecto gigante con aspecto de mantis que le doblaba en altura. A Naton le pareció ver movimiento en el exterior al girar la cabeza y volvió la vista para comprobarlo. No le dio tiempo a articular nada. Solo pudo gritar cuando las cristaleras rompieron con estruendo al ser atravesadas por dos insectos. Vio que uno caía sobre Jalrad. Su hermano dio un salto atrás con el escudo en alto, intentando desenfundar la espada. Y Naton reparó en el brillo azul que caía a los pies de Jalrad. Se lanzó en su ayuda.

Jalrad se vio acosado por las garras afiladas del insecto. Bloqueó a un lado y a otro, sin llegar a sacar la espada. Girando para resguardarse cuando la criatura intentaba rodearle con sus rápidos saltos. Naton llegaba por la espalda de su hermano mientras alguna flecha caía sobre la enorme mantis. Sus temores restallando con cada golpe de las garras en la madera. Empezaba a sonarle a roto. No pudo pensar demasiado. Se quitó el amuleto en la carrera y avanzó el brazo. Quería ponérselo a su hermano.

El escudo rompió. Las garras ensartaron a Jalrad a dos pasos de Naton.

— ¡Noooo! — Una apareció a través de su espalda, otra le atravesó la cabeza. El trozo de escudo con el dibujo de las tres montañas en el suelo. Rodeado de astillas.

Por un instante, Naton pensó que el tiempo se había congelado. Pero el insecto nunca detuvo su movimiento. Agitó las garras y despedazó el cuerpo. Los trozos de Jalrad cayeron al suelo sin vida. El amuleto lo hizo de sus manos. Dos flechas impactaron en el insecto, en cabeza y abdomen, cuando giraba la mirada sobre él. Naton no se paró a pensar. Echó a correr hacia el pasillo con el terror clavado en las pupilas.

Día 12 – Villaconde

Pom.

Pom.

Pom.

La puerta del gobernador siguió siendo golpeada. La multitud crecía ante la casa exigiendo respuestas con su alboroto.

[Continúa]

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