Cuando cuelgan las dianas (11)

[Previo]

Día 11

La luz de la vela fue iluminando el interior de la habitación a medida que la puerta se abría. Vieron a Régulo durmiendo sobre la cama, medio cubierto en un saco de dormir. La cuenca de su ojo izquierdo era un agujero de sombras con cicatrices en sus comisuras. Cuando la hoja de madera golpeó contra la pared se despertó sobresaltado.

— ¿Qué? — logró articular mientras se cubría de la luz con una mano e intentaba ubicarse.
— ¿Dónde están? — preguntó Magda casi en un grito, sin darle ningún tiempo.

Naton había logrado situarse detrás de los rizos de la panadera. Vigilaba la posada cuando la vio encabezar un grupo de vecinos a su interior y decidió unirse a ellos. Vio el enfado y la indignación en sus rostros. Querían pruebas. Dentro Magda no dudó en dirigirse directamente hacia las habitaciones seguida de su cohorte. Quería sorprenderles. La de Régulo fue la penúltima que abrió, la primera con ocupante.

— Unia, los otros, tus compañeros… ¿dónde están? — repitió Magda.
— Está recuperada. — respondió el médico con boca pastosa. Se sentó en la cama y su pelo cayó en mechones húmedos alrededor de su cabeza, llegando casi hasta el cuello. — No sé dónde han ido. — Se frotó los ojos.

Naton sintió la presión de los cuerpos curiosos a su espalda. El posadero elevaba la voz, pidiendo que se fueran desde el final del grupo.

— ¡Mentira! ¿No era tan grave la herida?
— La magia ayuda bast… — Régulo se cortó a media frase, como si hubiera hablado de más.
— Es mago… Espero que sea oficial. Si no…

Magda dio un paso, pero Régulo se levantó y las sombras giraron en su rostro, sobre el agujero de su ojo. Los vecinos recularon ante el aspecto siniestro que le conferían las sombras. El médico hizo una respiración profunda antes de hablar con voz serena.

— Salgan de mi habitación. —
— No nos iremos de aquí hasta… que… — El médico dio otro paso y el grupo reculó tras Magda, con Naton incluido. Cogió la puerta y la fue cerrando. — … nos digas la verdad. ¡No nos iremos de la posada! —

Quedaron fuera de la habitación y el grupo volvió a la parte inferior, donde se repartieron en la sala común para fastidio del posadero.

— Qué casualidad. — seguía Magda. — Sabían que vendríamos. No hubo ninguna herida. Ahora dice que magia. El gobernador tiene que informarnos si hay un mago.

Naton se quedó escuchando. Planeaban ir a buscarlos… ¿pero a dónde? Pocos se atrevían a subir a las montañas. Primero visitarían al gobernador.

Mansión Mantiava

Los hermanos enfrentaron una evaluación de Khorianta y sus socios. Yamuy caminaba por delante cubierto con la capa de piel de oso. Unia estaba sentada en una butaca de madera bajo su capa negra y con la máscara plateada sin rostro. Era lisa, sus lados curvos se juntaban en un pico bajo su barbilla y tenía dos ranuras alargadas para los ojos. Ambos hermanos evitaron llevar la vista hacia Cot tras el primer cruce de miradas con su camaleón.

— Novatos. — dijo Yamuy.
— Pero han jugado bastante. — dijo Unia.
— ¿Estáis seguros? — les preguntó Khorianta.
— Sí. — respondieron los hermanos al unisono. Habían llegado muy lejos para responder otra cosa.

La enana giró la cabeza hacia Cot y las demás cabezas la siguieron. A Naton le pareció que alzaba los hombros mientras apartaba la mirada antes de caer en el ojo del reptil. Khorianta fue mirando al resto de compañeros, que asintieron.

— Estamos de acuerdo. Estáis dentro. — confirmó la enana.

A Naton le costó no recular cuando Cot avanzó hacia ellos. Mantuvo la mirada baja mientras les daba una pieza metálica a cada uno. Cabía en la mano. El metal mostraba un extraño patrón a base de ranuras de las que escapaba un suave brillo azul. Tenía una cadena del grosor de su indice.

— Protección. — dijo Cot. — Llevadlos puestos. —

***

Jalrad y Naton interrumpieron su conversación en susurros cuando escucharon el repiquetear de patas contra la piedra del pasillo inferior. Se miraron con una mezcla de emoción, curiosidad y miedo y se prepararon para la acción. Echaron un vistazo por los huecos de la grieta que cruzaba el suelo de pared a pared, esperando ver alguna de las bestias que pasaban por debajo. No lograron distinguir demasiado entre la piedra y la reja metálica que aguantaban en la grieta. Pelo, una oreja puntiaguda, una especie de antena que se coló por ella… Escucharon algunas de las bestias olisqueando la fina abertura. Una zarpa la golpeó, queriendo explorar el otro lado, y unas cortas garras afiladas llegaron a asomar. Varias embestidas hicieron bailar el metal en su soporte y los hermanos se aferraron a la reja para que no se moviera.

Las bestias avanzaban por el corredor y empezaron a revolverse. No sabían cuántas habían, sonaban demasiadas. Naton sintió la necesidad de comprobar la seguridad en su piso. La reja les encerraba en un pasillo que estaba derruido a unos diez metros. Habían comprobado que no hubiera ninguna abertura entre lo escombros, pero quedaba en penumbra y a veces dudaba si un ruido venía de abajo o de arriba.

Escucharon la orden. Los hermanos accionaron las palancas que soltaban la reja y ésta se precipitó al piso de abajo. El golpe sonó amortiguado, acompañado de un alarido penetrante. Una bestia había bloqueado la caída de la reja y el resto se agitó en respuesta. Naton y Jalrad agarraron las barras metálicas para empujar contra la fuerza que buscaba quitárselas de encima. Entonces vieron al grupo que se encargaba de una segunda reja en su mismo pasillo y los imitaron. Se encaramaron al borde superior del metal y se apoyaron en el techo para hacer fuerza. Escucharon varios crujidos y quejidos cuando lograron que llegara al suelo. Colocaron los topes, saltaron de la reja y corrieron hacia sus compañeros, que los esperaban para cubrirles la retirada. Pasaron por delante de varias habitaciones a oscuras que pusieron a prueba sus nervios y al saltar el siguiente trozo de verja se gritó otro aviso.

Naton escuchó un intenso silbido, como un pequeño objeto lanzado a mucha velocidad. Las alimañas respondieron con gritos de dolor. Se repitió y se agitaron con violencia. Se escuchaban golpes desesperados contra la piedra y el metal. Los dos hermanos se taparon los oídos hasta que se fueron apagando los alaridos. Y todo quedó en silencio.

Al juntarse abajo, vieron el pasillo entre las rejas lleno de cadáveres. Los cuerpos tenían agujeros del tamaño de un puño. Subieron la primera verja. Les tocó participar en la limpieza.

[Continúa.]

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