Cuando cuelgan las dianas (9)

[Previo]

Día 9

El pasillo estaba repleto de polvo en suspensión. Resaltaba a la poca luz que se colaba por los grandes ventanales sucios. Ocultaba los acabados de los muebles, los trazos de los cuadros y se había instalado en las largas alfombras. Solo en el centro del ancho pasillo había un camino libre de polvo dibujado por numerosas pisadas superpuestas.

Naton corría detrás de su hermano con la sensación de que avanzaba menos de lo que debería. A cada giro del pasillo lograba ver su espalda perdiéndose en la siguiente esquina.

— ¡Espera! — gritó, esperando llamar su atención. — ¡Esperaaaa!

En la mano llevaba un colgante que brillaba con un suave azul claro. Con su cadena trenzada enlazada entre los dedos. Sentía la necesidad de dárselo. Y de que era importante.

— ¡Para un momento! — volvió a gritar al verlo en el siguiente giro.

Pareció escucharle, porque se detuvo. Pero no se volvió. La distancia que los separaba le costó más de lo calculado. No tenía tiempo para pensar en ello. Le movía la urgencia por darle el colgante para que se lo pusiera y cuando consiguió alcanzarle le tocó el hombro.

— Toma, ponte esto. — Ante el contacto, su hermano empezó a girarse.

El ruido de cristal rompiéndose sobresaltó a Naton. Una figura atravesó el ventanal a su lado y cayó encima de su hermano. Algo le salpicó. Todo pasó muy rápido. La cabeza de su hermano le miraba en un ángulo imposible. Dos grandes ojos plateados divididos en dos también le miraban. Estaban muy pegados a los de su hermano, que estaba atravesado por dos largas garras en pecho y cuello.

Naton despertó con un espasmo.

**

Al salir de casa cruzó la mirada con Vaind. Vivían en la misma calle y se le acercó en cuanto se vieron. Naton vio la preocupación en la cara de su amigo.

— No has tenido buena noche ¿eh? — preguntó Vaind.
— No mucho. — respondió rascándose la nuca.
— Andas un poco perdido. ¿Qué andas haciendo?
— Nada… tengo que arreglar unos asuntos pendientes.
— Ah… ¿Y no se puede saber de qué tratan? — arqueó una ceja.
— Bueno… ya te contaré…
— Que misterioso. — Naton sintió que su amigo lo estudiaba. — Si que tiene que ser importante. Apenas pasas por la posada. Todos quieren saber cada cosa que pasa con los forasteros y a ti te da igual…
Naton alzó los hombros. Le pareció más fácil que inventar una mentira. Y era posible que su amigo no hubiera tirado el dardo a ciegas. Se preguntó si sospechaba algo mientras el silencio se alargaba. Hasta que Vaind acabó hablando.
— No sé. Andas raro desde que volviste y ha ido a más. Entiendo que la muerte de Jalrad te haya afectado… Pero aún así, es como si algo más te rondara esa cabezota.
Vaind dejó de hablar, pero Naton no se pronunció y empezó a mirar a otro lado. Entonces su amigo volvió a tomar la palabra.
— Vale, vale… No me quieres decir nada. — dijo con las palmas de las manos hacia Naton. — Solo quiero que sepas que estoy aquí si lo necesitas.
Ambos se miraron a los ojos.
— Lo sé. Gracias, Vaind.
Vaind sonrió levemente y cambió de tema.
— Escuché algo sobre Cot.
— ¿Sí? ¿el qué?
— La verdad es que ya no sé que pensar. Yamuy contó que sufrió un maleficio y ahora su vida está ligada a la de ese camaleón multicolor. Que tiene que mantenerlo con vida y muy cerca de él para seguir vivo.
— Pero ayer tenía tres.
— ¿Serán para despistar?
— Yo escuché otra cosa… Se supone que también lo contó Yamuy. Que el camaleón es una criatura de gran poder que controla a su portador. Que ni siquiera saben quién es el hombre que lo carga.
— ¡Venga ya! ¡Pues tengo otra más! Ayer me enteré de que Unia contó otra historia. Pensaba que me estaban vacilando…
— Ya son demasiadas historias. ¿De qué iba esa?
Vaind se rió antes de empezar.
— ¡Que el camaleón es alucinógeno! ¡Que Cot le chupa la espalda para ganar poder! — volvió a reír y Naton le acompañó. — Al hacerlo puede lanzar bolas de fuego o volar, entre otras cosas, pero le inunda la mente de visiones que lo vuelven peligroso. Podría cuadrar con los ruidos que escuché en su habitación cuando jugaba a las cartas en la posada. — Empezaron a ponerse serios. — ¿Están jugando con nosotros o se lo inventa la gente? —
— No lo sé. Pero igual deberías de dejar de apostar contra ellos.
Una breve risa escapó de los labios de Vaind.
— ¡Eso seguro!

**

Las voces que hablaban de los forasteros condujeron a Naton hasta un banco de piedra esquinado contra dos viviendas y cubierto bajo los aleros. Magda, la vieja y gruesa panadera con su rizada melena blanca, estaba sentada y hablaba con tres jóvenes. Entre ellos se encontraba su hijo, que tenía los mismos revoltosos rizos, pero cortos y castaños, con una amiga de dientes prominentes que se rumoreaba que era su novia y otro amigo que podía ser el más alto del pueblo.

La conversación le llamó la atención desde la calle al otro lado de las casas. Y cuando se acercó, las cabezas se giraron hacia él, pero Magda no dejó de hablar. No le importaba que le escuchasen. Naton sospechó que incluso quería que se extendieran sus palabras.

— ¿Viste la herida? — preguntaba Magda.
— No, no… — era la chica quien respondía.
— Es un cuento. Como el resto.
— Pero han logrado mantener a los Sabletormenta alejados. Estamos a salvo desde que llegaron…
— Lo único que han logrado y no sé cómo lo han hecho. Puede que ni siquiera hayan luchado contra ellas como dicen. Habrán dejado trampas para impedir que salgan. ¿Pero cuánto va a servir para retenerlas? ¿cuánto tiempo estaremos así?
— Cuando se recupere Unia volverán a la montaña a solucionarlo.
— O seguirán alargándolo para vivir de nosotros…

Naton había escuchado que el desencanto con los forasteros estaba creciendo. Se quedó a escuchar. Pensando que algo podría resultarle útil.

[Continúa]

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