Cuando cuelgan las dianas

Día 1

En Villaconde todas las puertas habían sido cerradas y atrancadas. Los habitantes conocían los peligros que acechaban la noche. Solo un joven seguía en las calles. Y no por valiente. Había perdido la noción del tiempo en la taberna y corría frenético hacia su casa, buscando la seguridad de sus cuatro paredes.

Llegó a oscuras, tras perder la vela que iluminaba su camino en la carrera. Cerró de un portazo, colocó la tranca para bloquear la puerta y afianzó su espalda contra ella. Paralizado, dominado por un temblor que recorría su cuerpo, se concentró en cualquier ruido procedente del exterior. El silencio era casi absoluto, roto solo por su respiración agitada y el viento que arrastraba hojas entre las casas.

Un crujido le apretó aún más contra la puerta. Su imaginación, desbocada, dibujó las facciones que se atribuían a la criatura. El reflejo de los enormes ojos plateados que se acercaban abandonando la penumbra, las garras como guadañas rascando la piedra de las paredes en busca de hendiduras, la saliva goteando al suelo desde una mandíbula repleta de colmillos… Se tapó la boca con urgencia y aguantó la respiración. Llevó la mano libre al pecho queriendo silenciar sus violentos latidos, temiendo que su corazón pudiera escapar. O reventar.

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