Cuando cuelgan las dianas (6)
Día 6
Naton revolvió el fondo de su arcón esperando encontrar alguna moneda enredada entre las ropas. O arrinconada en una esquina. Había encendido una vela para poder ver, pues las ventanas entabladas apenas tenían resquicios para que se colara la luz. Le bastaba una para iluminar casi por completo la única estancia de su casa. La cogió con la mano para librarse de las sombras del arcón. Pero no encontró nada.
Se sentó con la espalda contra el mueble y miró la bolsa de cuero que había dejado caer al suelo antes de su búsqueda. Por su aspecto flácido podía estar vacía. Sabía que no. Pero no por mucho tiempo. Necesitaba reponer. Necesitaba llegar a su tesoro. Y no podía hacerlo con los sabletormenta allí. Los forasteros debían encargarse de ellos. Quizás pudiera acelerarlo…
Cogió la bolsa y se levantó, con los pensamientos cruzándose en su camino. Contó y recontó las cinco monedas que tenía. Las guardó, apagó la vela y se fue hacia la posada Tres Fuegos. Quería asegurarse de que los forasteros no marchaban a las montañas. No sin él.
En los establos abiertos vio un carro grande de cuatro ruedas. Tras el pescante una cortina azul ocultaba la parte interior de la estructura de madera. ¿Había llegado por la noche? ¿Quién? Con más preguntas en la cabeza sintió ganas de entrar para poder comprobarlo. Pero no quería que los forasteros lo vieran demasiado. Prefería que no lo reconocieran.
Seguía haciendo cábalas cuando vio a Khorianta salir por la puerta. La siguió con la mirada y concluyó por su actitud y aspecto despreocupado que no harían ninguna incursión. Se debatió si mantener la vigilancia. Empezaba a pensar en las formas con las que podría forzarles a actuar con más urgencia cuando un movimiento cerca de su cara le sobresaltó. Algo en la pared en la que se apoyaba. Al girarse vio una alargada cosa rosa. Lo identificó cuando la lengua empezó a regresar a la boca del camaleón. Su piel se integraba con el fondo de piedra y el canalón en el que estaba enganchado. El ojo del reptil giró hacia él. Naton se apartó, evitando el contacto visual, y se alejó con rápidas zancadas. Sin mirar atrás.
¿Le vigilaba? ¿sabían de su presencia? Aceleró el paso. Y se detuvo en seco. Vio otro subiéndose a un tejado unas casas por delante. Su figura resaltaba al estar de lado. ¿Cuántos habían? ¿alguien más se había dado cuenta? Buscó más. Buscó la forma de acercarse a la posada sin encontrarse ninguno. ¿Le servían para proteger al pueblo o para mantenerlo vigilado? ¿planeaban otra cosa?
A media tarde seguía con su obsesiva búsqueda. Al girar una esquina casi chocó con Vaind.
— ¡Eh cuidado! Hay que mirar
— Perdona, estoy distraído.
— Ya veo… ¿te vienes a Tres Fuegos?
— No, ahora no.
— ¿Y eso? ¿No quieres ver a los forasteros?
— Estoy ocupado.
— Tú te lo pierdes. — dijo Vaind, parecía examinar a su amigo con cierta preocupación. — Ayer estuvimos jugando con Unia a las cartas. — esperó la reacción antes de continuar. — No hizo más que perder. — Vaind empezó a reir y Naton le acompañó.
— No te fíes.
— Es muy mala, se le notan todos los faroles.
— Igual es lo que quiere que pienses.
— Puede ser. — dijo aún riendo ligeramente. — Pues la hubiéramos desplumado si no hubiera sido por la interrupción. Aunque no por ella, fuimos nosotros los que no quisimos.
— ¿Interrupción? ¿Qué pasó? ¿se hizo tarde?
— No, no… Fue… no sé como explicarlo.
Naton lo miró y alzó una ceja.
— Ahora vas a tener que intentarlo.
— Fue como si todo se pusiera a vibrar. Las cartas, la mesa, las sillas, mis manos… ¡Pero no nos estábamos moviendo! El aire también vibraba. Era una sensación de espera. Como si fuera a pasar algo. Escuché una voz encima del piso de arriba. De las habitaciones que ocupan los forasteros. —
— Pero no te calles cabrón, sigue. ¿Qué decía?
Vaind rió antes de continuar.
— Sonaba muy baja, no logré entender nada. Luego se detuvo y sonaron golpes. Podrían haber sido muebles chocando contra la pared. Pero junto a lo otro… no sé. Y todo volvió a la calma. Como si no hubiera pasado nada.
— ¿Y qué hizo Unia?
— ¡Nada!
— Pero fueron ellos ¿no?
— Solo faltaba el del camaleón… Ninguno hizo nada. Todos pensamos que fue él. Debe de ser un mago.
— El gobernador tiene que saberlo. — Naton pensó que podía rascar algo por ahí. Si podían haber sospechas de que fuera un mago ilegal.
— No suelta prenda. Ya lo hemos intentado unos cuantos.
— ¿Y en la habitación no había nada?
Vaind alzó los hombros.
— Nadie la vio.
Naton pensaba en qué podía ser cuando Vaind interrumpió sus pensamientos.
— Voy a la posada. No me quiero perder nada. ¿Seguro que no vienes?
— Luego te alcanzo. —
Desde el lugar donde se despidió de su amigo podía ver el Resoluto. Apretó el puño. Si no conseguía que los forasteros fueran iría él.
[Continúa]