Cuando cuelgan las dianas (5)

[Previo]

Día 5

Naton quería saber cuándo sería la próxima incursión de los forasteros. Se quedó vigilando la posada tras el relato de Unia y ninguno de ellos la abandonó durante el resto del día.

La historia del sabletormenta había dejado embelesados a sus vecinos, que la repetían emocionados a quienes no la habían escuchado. Les impactó el valor de los extraños, su destreza para salir victoriosos en el fiero combate y aquella despreocupación en la narración. Como si se relatara un día cotidiano o algo que le sucede a otro.

Pero él había visto a Khorianta poner los ojos en blanco al escuchar la nombre de la bestia. No supo cómo interpretarlo. ¿Acaso no sabían a qué se habían enfrentado? ¿no querían decirlo? ¿era una historia inventada para calmar a la gente? Había escuchado parte del enfrentamiento. Había visto la sangre y sus restos. Algo tuvo que haber pasado.

Durante la vigilancia se dio cuenta de que no podría vigilar a todos los forasteros a la vez y cambió de estrategia con el nuevo día. Sabía quien podría hacerlo, quien lo haría. El pueblo, sus vecinos. Solo tenía que recolectar la información, como una abeja el polen, visitando flor tras flor.

**

— Escuché al gobernador que en una semana habrá que empezar a racionar.
— Pensaba que tardaríamos más en tener problemas de comida.
— Es por la guerra. Tuvimos que mandar provisiones y nos quedamos casi sin reserva. Y ya sabes cuanto ganado mataron los sabletormenta los primeros días.
— Al menos nos alertó. Si no lamentaríamos más muertes…
— Espero que podamos seguir manteniendo todas esas bocas. Los comerciantes siguen evitando el pueblo y nos están subiendo los precios en Palmonte y Las Agujas. Quieren aprovechar la oportunidad para librarse de nuestra competencia. Y lucrarse con ello.
— ¡Que la noche se lleve a esos malnacidos sin corazón!
— Ya imaginas la excusa: Son solo negocios.

**

— ¿Los forasteros? ¿acaso los has visto hacer algo?
— Se están preparando…
— O puede que solo quieran tiempo.
— ¿Para qué?
— Para aguantar aquí. La vida es difícil y aquí les damos de comer.
— Un poco rebuscado ¿no? Fueron a la guarida de las bestias y tenemos la protección que prometieron. No hay más victimas desde que llegaron. Desde la familia del carretero.
— Es cierto. Al menos saben como mantenerlas encerradas allí arriba.
— Desconfías demasiado. Se dice que vienen cargados de credenciales.
— Soy prudente. Podrían ser falsificaciones.
— Deja de ponerte en lo peor.

**

— ¡Sí que lo seguí!
— No me lo creo. ¿A Yamuy? Mira que es difícil confundirlo con cualquiera del pueblo…
— Pues sí, a Yamuy, listo. Lo vi yendo hacia el bosque y fui tras él.
— ¿Y qué hizo?
— Cazó un par de conejos.
— ¿No hizo nada más?
— Bueno… fue bastante impresionante. Se paró y pensé que me había escuchado. No había visto los dos conejos que había junto a un arbusto. Empezó a preparar su arco y clavó una flecha en el suelo. Se tomó su tiempo. Quieto, apuntando, concentrado. Luego todo pasó muy rápido. Soltó la cuerda y seguí la flecha. Alcanzó a uno de los conejos y el otro huyó asustado. Pero tras dar dos saltos ¡PAM! Le derribó otra flecha. No me dio tiempo a ver su segundo tiro. ¡Tuvo que adivinar la huida del conejo! Nunca había visto nada igual.
— ¡Guau! Me gustaría haberlo visto.
— A mi poder hacerlo.
— ¿Y luego volvió?
— No. Bueno… No sé si hice algún ruido, pero se giró hacia mi y me escondí para que no me viera. No escuchaba nada. No sabía si se acercaba, si estaba quieto o se iba. Cuando me volví a asomar ya no estaba.
— ¿No lo buscaste?
— Un poco, pero no lo encontré. No quería que me pillara. Sé que regresó horas después y llevaba un saco de cuero lleno. Los conejos los llevaba atados en el hombro. No sé que recogió.
— Puede que haya cazado algo más.
— Creo que es otra cosa. A Unia también la perdieron mientras cogía setas y al volver tenía el saco lleno. Me parece mucha comida. Y no creo que los sabletormenta coman setas.
— ¿Y sabes algo de Khorianta, enterada?
— No mucho. Escuché que visitó al herrero y compró metal. ¿Qué sabes tú, listo?

**

— Descubrí algo del cuarto forastero.
— ¿El del camaleón? Me da escalofríos.
— A mi también. Y más te dará cuando te cuente.
— Ahora no sé si quiero saberlo… tanta intriga… ¡Dime, dime ya!
— Pues me dijo Yamuy que el camaleón se llama Forg. Que es una criatura de gran poder y controla el cuerpo del hombre en el que va apoyado. Ni siquiera saben como se llama el portador.
— ¿Qué? No puede ser…
— Eso me contó. ¿No sentiste su poder? Menos mal que no pasea por el pueblo.
— Sí… sí… La verdad es que no pienso acercarme a él. Ni mirarlo.

[Continúa]

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