Cuando cuelgan las dianas (4)

[Previo]

Día 4

Naton se despertó. Un ruido junto a su pared le puso en alerta. Era como si algo raspara el exterior de la piedra. Cada vez más arriba, trepando a su casa. A oscuras, se apretó contra el lecho imaginando lo que pasaba a partir de los sonidos. El rechinar de las vigas de madera delataron los pasos sobre el tejado. Sonó una cuerda de un arco al soltar la flecha y los movimientos se aceleraron. Un fuerte golpe y tejas rotas como si hubiera aterrizado algo pesado, el rugido de un oso, forcejeo, un cuerpo cayendo al suelo, más pasos a la carrera acercándose… Naton alzó la cabeza entre las mantas intentando escuchar mejor. Pisadas fuertes en el techo y un golpe, un paso más potente, un salto. Al tocar la calle echó a correr a cuatro patas. El resto se apresuró a la persecución. Él se levantó apartando las mantas y se acercó a la pared, tanteando, queriendo seguir la acción. Otro embate lejos, ruido de armas y más carrera hacia las montañas.

La tensión y la curiosidad le dejaron dormir poco más. Tuvo una de sus pesadillas. Se preguntó si los ruidos de la noche habrían sido otra. Pero fuera encontró un charco de sangre que había goteado desde su tejado, pedazos de teja, un rastro de gotas rojas…

La posada Tres Fuegos se jactaba de ser la más caliente. Era la única posada que quedaba abierta en el pueblo. De dos, los dueños de la competencia se refugiaron a tres pueblos de distancia hasta que se terminara el peligro. En su entrada, Naton se encontró una decena de vecinos y al entrar saludó al menos a treinta. Los forasteros y su misión eran el único tema en el pueblo. Siguió apareciendo gente hasta apelotonarse en la gran sala de la posada. La estancia era rectangular, por una de las caras alargadas corría la barra hasta llegar a la cocina y del otro lado las tres chimeneas que querían dar nombre al negocio. Habían bancos y taburetes frente al lugar de los fuegos y cuatro grandes mesas repartidas en el resto del espacio. Olía a chocolate y plátano por la razón que más clientes atraía a Tres Fuegos, la tarta de la casa. Que recibió el mismo nombre de la posada para que, según los vecinos, no rivalizaran. Hubiera ganado el postre.

Naton se cubrió con la gente donde podía vigilar la bajada de las escaleras junto a la última chimenea. Acabó apareciendo Khorianta, imponente aún sin armadura, y una mujer de melena negra con cara de saberse todos los cuentos. Algunos pensaron que debía ser una mercader rica y otros optaron por la enviada de algún rey. Por detrás llegó Yamuy, el hombre de piel rayada. Los tres se quedaron quietos al ver a la multitud y Khorianta fue la que habló, muy calmada, desde el tercer escalón.

— Buenos días. Comprendo que quieran información. No voy a entrar en detalles. Hemos explorado la entrada de la cueva y sabemos a lo que nos enfrentamos. En su mayor parte, el resto lo descubriremos al entrar. Necesitamos unos días para prepararnos. Espero que menos de una semana. — se oyeron murmuros. La enana los ignoró y siguió hablando. — Hasta que limpiemos la cueva les mantendremos a salvo. Sigan refugiándose en sus casas antes de la caída del sol.

Naton sabía que se le había complicado. Tendría que esperar a que acabaran. O aprovechar otra de sus incursiones. Entrar detrás… Un escalofrío como una mano fría subiendo por su espalda.

Los cuchicheos se extendieron y las preguntas iban surgiendo de forma espontánea y caótica desde distintos puntos. Unas se repitieron, otras se perdieron y algunas llegaron a oídos de los forasteros.

— ¿Qué son?
— ¿Cuántos días?
— ¿Cuántos hay?
— ¿Qué pasó esta noche?

Unia extendió un brazo ante Khorianta y sacó la otra mano de un bolsillo. Lanzó una moneda al aire, la recogió y se la enseñó a Yamuy, que le respondió con una sonrisa.

— Adelante. —
— Esta noche— avanzó mientras los congregados le abrían paso. Cogió una jarra que había sobre la barra y se sirvió un liquido blanco. — de todas las bestias que se cobijan en la cueva solo una consiguió abandonar el cubil para salir a cazar. Superó nuestras trampas con su astucia, su determinación o… bueno, quizás solo la suerte y algunos congéneres atrapados que despejaron su camino. Guiado por el hambre siguió el rastro hasta aquí. — Bebió un trago y colocó el pie sobre una silla, balanceándola mientras seguía hablando. — En la oscuridad es difícil detectar a un sabletormenta. Se dice que solo salen a cazar a la superficie en las fuertes tormentas que arrastran la noche. A plena luz están ciegas, pero en la oscuridad no se les escapa ningún detalle. Nos localizó antes que nosotros. — Un golpe, las patas de la silla contra el suelo. — Saltó sobre mi. Tenía sus colmillos tan cerca que pensé que ya me faltaba media cara. Logré impedirlo interponiendo mis filos. Y aún con ellos delante seguía embistiendo a dentelladas. Ni siquiera se lo pensó cuando una flecha le dio en el costado. Estaba decidido a comerse estos morritos. — sacó los labios con una mueca. — Son bestias fuertes. Era como tener a un toro corneando mi defensa, pensaba que me quedaba sin fuerzas. El hueco donde estaba no le dejaba atacarme a la vez con sus garras. Noté que se echaba atrás para cambiar su estrategia y me escurrí hacia mi espalda, escapando de mi escondite. Tuve que soltar las armas que quedaron trabadas en sus mandíbulas y vi las garras como guadañas cortando el lugar que acababa de abandonar. Lo último que vi antes de bajar del tejado fue una flecha impactando cerca de su ojo. — Miró hacia su compañero Yamuy y alzó la copa. — No las agradezco suficiente. — sonrió mientras regresaba la atención a su público. — El sabletormenta se arrancó las armas de alguna forma. Las escuche deslizándose por las tejas hasta caer al suelo. Después saltó detrás de mi. — pausó y giró sobre si misma. — Se encontró con el escudo de Khorianta en la cara. Os prometo que el metal resonó. La bestia se escurrió cuando llegó el martillazo y le dio en una pata. Una flecha más le hizo huir y lo perdimos en las sombras. Seguimos su rastro hasta fuera del pueblo, hacia las montañas. — Se acercó a una mesa donde ya se habían sentado Khorianta y Yamuy. Se puso más seria. — Están a salvo, no se preocupen. Cuando estemos preparados limpiaremos esa cueva y podrán seguir con su vida como si nunca hubiera pasado.— hizo un gesto al posadero para que les pusiera algo de comer.

[Continúa…]

Mostrar comentarios
Comentarios... no existen comentarios.