Plumas rojo sangre

La tribu alimentaba un fuego para apartar las tinieblas. Ras’der observaba asustado. La noche le había cazado antes de trazar un plan y ya no tenía escapatoria. Era incapaz de pensar con claridad.

Cruzó la mirada con el cerdo que acercaban a su posición. En sus ojos se revolvía el reflejo de las llamas otorgándoles una siniestra sabiduría. Pero no consiguió arrancar de ellos ninguna pista sobre su futuro. Decidió que el animal tampoco tenía idea sobre el suyo. Compartían ignorancia. Y temió que quizás también destino.

Tumbaron al cerdo y lo ataron a dos estacas clavadas en el suelo para mantenerlo inmovilizado. Vio como un cuchillo pasaba de mano en mano hasta llegar a la más cercana al animal. El filo ascendió apuntando a los astros con una súplica murmurada en conjunto. La repitieron como un eco hasta dejar solo el crepitar del fuego. Entonces el cuchillo cayó en picado clavándose en el pecho del cerdo. Su chillido retumbó entre los oídos de Ras’der y le chirriaron los dientes. Sintió gotas de sangre salpicando su cuerpo cuando abrieron el tajo a lo largo del animal. Éste siguió gritando mientras desparramaban sus intestinos en una gran piedra plana que estaba a sus pies. Hasta que varias cuchilladas en el cuello acabaron primero con sus quejas y luego con su vida.

Ras’der miró las entrañas y respiró hondo. Se arrepintió. El intenso olor de la sangre caliente le invadió por la nariz como si quisiera hacerse dueño de su cuerpo. Dio un paso atrás para liberarse en busca de una bocanada pura y al alzar la vista se encontró con una multitud de caras adornadas con pintura. Le observaban expectantes. La mayoría con las puntas de lanza en alto. Guió la vista al cielo intentando ignorarlos. Con el temor de ser el próximo sacrificio.

Hizo tintinear los aros de madera de sus muñecas, puso los ojos en blanco y empezó a danzar. El resto de piezas de su vestimenta ceremonial se sumaron al repiqueteo mientras cruzaba entre las figuras para dar vueltas al fuego. Tras la máscara de hueso intentaba inventar el mensaje del acertijo de tripas. Y aprovechó para dedicar algún pensamiento a su maestro recién fallecido. Ninguno bueno.

El chamán de la tribu había muerto aquella tarde. Nunca informó que Ras’der no estaba preparado para asumir su papel, aunque a él se lo había repetido en numerosas ocasiones. Ya no era posible instruir a otro discípulo. Era el único candidato. Lo que no implicaba supervivencia… Había precedentes de chamanes tirados a la hoguera por la falsedad de sus augurios. Las exigencias de la tribu podían estar por encima de las necesidades. No le dejaron opción.

Detuvo su frenético baile en una pose congelada. La lengua fuera, los brazos a ambos lados de la cabeza y las piernas flexionadas. Sacudió la cabeza poseído hasta fijar la mirada en las tripas. Y las removió con dos pequeños bastones de madera acabados en plumas rojas. Su maestro insistía que cuando tuviera que reponerlas escogiese siempre un color que pudiera impregnarse del de la sangre.

— La luz volverá a nosotros. — elevó la voz y todo su ser hacia los astros. Su piel brillaba de sudor y su cuerpo temblaba esperando la reacción de su tribu.

A su alrededor estalló el júbilo. Comenzaron a cantar y bailar. Los cuerpos se encadenaron, giraron, se soltaron y volvieron a empezar. Los fluidos movimientos saltaban de un cuerpo a otro. Un dibujo cambiante destinado a un observador en las alturas.

Ras’der creyó cumplido su papel y salvada su vida. Soltó los bastones y se dejó caer al suelo. Había recurrido a lo que había evitado durante sus enseñanzas. Fingir conocimiento repitiendo la actuación de su maestro. Le iría bien siempre que el sol regresara al cielo. Rezó por ello.

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