El hueco del recodo
El niño y sus hermanos descubrieron pronto a dónde iban. Al confín del mundo. De su mundo. Para él era como si sus padres conocieran un pasaje secreto para abandonar la ciudad. Avanzaban entre edificios, tomaban un camino de tierra tras un muro derruido y en un despiste habían perdido de vista la civilización, dejándola atrás. También abandonaban sus leyes. No hacía falta coger una mano para cruzar, ni dejar de correr por el peligro de los coches… Respiraba la libertad. Mientras no se alejara demasiado.
Desde el camino la vista se extendía sobre prados hasta alcanzar las montañas que cortaban el horizonte. En medio sólo había una construcción oculta tras unos muros blancos de bloques de hormigón. El niño no sabía qué era ni quién podía vivir allí. No podía ir a descubrirlo. Sus padres no le dejarían cruzar el mar de hierba alta. Y tampoco lo necesitaba. Había decidido que no le importaba. Aquel lugar lejano era la gran atracción de los confines del mundo. Y debía mantenerse así, en la distancia, pues la vez que se habían acercado había perdido su encanto.
— ¡EEEEEEEOOOOOOOOOOOOOO!— gritó.
Esperó la respuesta junto a sus hermanos. Quietos, mirando hacia aquellos muros de sucio blanco.
— ¡EEEEEOOOOOOOOOO!— se escuchó la voz de vuelta.
Las primeras veces se giraron hacia sus padres. Les hicieron cómplices de sus descubrimientos y les interrogaron para descubrir algo más de aquellas voces que se parecían a las suyas.
— ¡EEEOOOOOO!— volvió otra vez más.
Hicieron sus teorías, sus pruebas y acabaron inventando sus juegos. ¿Quién conseguiría más repeticiones ésta vez?
— ¡EEOOO!—
Aquel camino formó un recuerdo que le acompaña. Que surge en su memoria, junto a una sonrisa, con cada eco. Un lugar que ya no existe. Que ha cambiado tanto que no se puede reconocer nada al hacer la comparación. Como si la maraña de nuevos edificios, calles y rotondas no ocupara su lugar y aún existiese el pasadizo secreto que le volvería a llevar al camino de tierra de los confines del mundo. Donde poder gritar sus problemas sin que a nadie le importase. E ignorar sus repeticiones hasta que se quedaran sin fuerzas para replicar.