¡AAAAAHHHHHH!

    ¡SOCORRO! ¡AYUDA!

    ¿Hola? ¿alguien me lee?

    Necesito tu ayuda. Necesito que sigas leyendo. Yo… me he quedado encerrado en este puto libro. Sé que suena ridículo. Al menos así me siento. Consigo superar todos los obstáculos para entrar en una de las bibliotecas mágicas más inaccesibles, tengo a mi alrededor los libros más poderosos y voy a coger justo el que no debo.

    Pero he descubierto la forma de liberarme, de deshacer el hechizo. Es una trampa sencilla. Siento como las palabras de mi pensamiento se trazan en el papel. No puedo parar hasta acabar una historia que alguien tiene que leer. ¡Y ya está! Así de fácil, solo tienes que leer hasta el final.

    Por desgracia tendré que alargarme un poco más. Hay un mínimo de palabras. Sería demasiado sencillo hacer leer una sola. O una línea. Y noto que no puedo darme muchas pausas… Ya sé, te contaré como he llegado a mi actual y penosa situación.

    Eee… Era tarde y regresaba a casa con mi abuela después de ir al mercado del pueblo. En el camino vimos un jinete que galopaba en dirección contraria. Al distinguir la túnica blanca con ribetes dorados eché el carro a un lado para no estorbar su paso. Supuse que se trataba de un mago, aunque no reconocí los colores de su orden. Y sabrás que no es conveniente ponerse en el camino de un mago. Menos si tiene prisa.

    Apartarse no sirvió. Llegó hasta nosotros, detuvo el galope y se acercó. Preguntó nuestros nombres y si sabíamos leer. Al responder que sí me dijo que tenía que seguirle. Me negué. Con una sonrisa soberbia pronunció una amenaza casi a la vez que la cumplía. Echó una maldición a mi abuela con una palabra que no entendí. Vi como la piel de su cara parecía empezar a derretirse como una vela al fuego, como si fuera a desprenderse de su cabeza y caer al suelo. Temblando, pidiendo que deshiciera aquello, me bajé del carro y le seguí. Tuve que correr detrás de su caballo. No sabía que iba a hacer conmigo.

    En las afueras de la empalizada del pueblo me dio un libro. Aunque no sé si se le puede llamar así cuando contaba con solo dos hojas. Me extrañó. Tenía tapas sencillas, marrones, sin adornos y el título en letras blancas: Vuestra horca no probará mi cuello.

    — Léelo. — me ordenó. No entendía de qué iba aquello pero lo hice.

    Daba la impresión de que lo escribió alguien desde una celda. Al principio se refería a los elementos necesarios para su fuga. Hablaba de como se habían creído que podían atraparle y ajusticiarle. De la larga lista de crímenes de la que se le acusaba: Robo, corrupción, abuso de poder, asesinato en masa, regicidio… Se refería a ellos como los méritos que consiguen y mantienen en el poder a cualquier rey hasta que se convierten en delitos cuando cae en desgracia. Cuando ya no le protege su propia ley. Y que como carecía de corona heredada se les hacía más fácil enterrarle en acusaciones.

    Se reía de la exaltación que escuchaba desde su celda. Querían verle adornar la horca. Con tantas ganas que no se darían cuenta cuando pasase por delante de ellos con un disfraz inigualable. Los insultaba cada dos frases y se burlaba del momento en que se preguntasen cómo lo había hecho. Quedaría un sustituto en la celda al que podrían preguntar. Pero dudaba que fueran a creer sus palabras. Le hubiera gustado poder ver sus caras ante la explicación.

    Te voy a contar cómo lo hizo y conseguiré ser libre. Lo que necesitaba era un libro, su persona y un ingenuo. Aunque no usó la palabra ingenuo. Se trata de este mismo libro, pero con otro título. Para ti ya es tarde, da igual que dejes de leer, ya has leído bastante. Ocuparás mi lugar en su interior y yo abandonaré sus páginas. El joven de la abuela rescató a ese fugitivo, yo a él y tú lo harás conmigo. Gracias. Y que tengas suerte.

    ¡Mierda! Conté mal… Espera… no… Eee… Antorcha… Frío… Cacahuete… ¡Nooooooo

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