Cuando cuelgan las dianas (Final)
[Previo]
Villaconde
La celebración no pudo esperar el descanso de los Héroes de Mantiava. La alegría se extendió por el pueblo y quitaron las tablas de sus ventanas. Apareció comida y bebida para el festejo, de provisiones que ya no dependían del miedo. Bailaron, cantaron, rieron… Olvidaron la tragedia, pensando en días venideros. Los forasteros se fueron uniendo a medida que despertaban. Excepto Cot, que no apareció. Aunque al día siguiente, algunos vecinos recordarían vagamente entablar conversación con un desconocido. Un viajero recién llegado.
Khorianta mencionó la gran actuación de Naton en la última batalla en las montañas y entre Unia y Yamuy acabaron dándole pie para que siguiera la narración de la gesta. Le dieron el relevo para la huida de la cueva a través de una manada de huargos. Y se lo tuvo que inventar casi todo. Los forasteros le habían propuesto un trato. Sus estrategias y habilidades quedarían en secreto a cambio de que se les olvidara mencionar cierto jarrón. Se podía quedar su petate con todo su contenido. Lo consideraron un pago justo por la participación de ambos hermanos en la Mansión Mantiava, más la compensación por la muerte de Jalrad. Y también perdonarían su robo. Pero tendría que sacar los cadáveres de la cueva… Era la peor parte. Aún así, Naton no lo dudó. Continuó la historia con las variaciones que habían incluido y se atrevió a apuntarse alguna pieza de más. Le pareció ver cierta aprobación en las sonrisas que Unia y Yamuy mostraron a lo largo del cuento.
En la historia Cot luchaba con un gran mandoble que nadie había visto, pero que tampoco nadie podía asegurar que no llevaba. Naton omitió que se acercó al estrecho paso entre las rocas que les separaba de los huargos a susurrarle a la montaña en un extraño idioma. Las bestias habían estado arañando con ansia el otro lado para abrirse paso. Cuando dejaron de hacerlo sospecharon que aguardaban al acecho, esperando al primero que cruzara. Naton sintió la sensación que Vaind le había descrito. Como si todo su alrededor temblara sin moverse ni un ápice. Como si estuviera descompuesto en millones de pequeñas partes que vibrasen al mismo son. Dejó de sentirlo de golpe. Y la piedra empezó a fundirse con lentitud, mostrando el agujero a la otra cavidad, mientras Cot se apartaba. Tampoco contó como Unia había acabado con uno de los huargos. Lo enfrentaba con sus dos dagas cuando la parte delantera de su capa se levantó como movida por una patada. Pero Naton vio como la parte posterior también se elevaba. La tela negra giró sobre su cabeza y capturó a la bestia al cerrarse desde todos los ángulos. La capa retuvo la presa que se revolvía en su interior mientras Unia aprovechaba para dar uso a sus armas. A Naton le pareció como si la capa abriera huecos para las dagas. Y cuando volvió a ponérsela no vio ningún corte.
No podía transmitir los hechos que más le habían impresionado, pero se esforzó en que la versión pública estuviera a la altura. Y faltar a la verdad le abría un amplio abanico de posibilidades.
Durante su relato notó a Magda distanciada del resto a pesar de estar rodeada. Culpable de extender las sospechas contra los Héroes de Mantiava. Creyó que no se sentía cómoda tras mostrarse tan crítica y que los que fueron convencidos parecían resentidos por ello. Intentando excusarse a sí mismos. Naton consideró que le debía, al menos, una disculpa. Se acercó para acabar el final de la historia a su lado. Entonces le dio un vaso y alzó el suyo junto a ella, pasando un brazo sobre sus hombros.
— ¡Por volver a disfrutar las noches! ¡Por Villaconde! —
Y el pueblo brindó.
En la región de Villaconde
El grupo se detuvo a cien metros del inicio del pueblo, junto al cartel de madera que les daba la bienvenida.
— Empiezan las apuestas. — dijo el del camaleón con una amplia sonrisa.
— Huelo la racha. Catorce días. — dijo la más baja, entusiasmada. Los demás rieron por su optimismo.
— No creo que tengamos la misma suerte. Recuerda Cimaroble. — habló el grandullón. — Apúntame cinco. —
— Ocho. — La figura encapuchada se lo pensó para decir el mismo número de siempre.
— Pues yo digo… seis. — Chasqueó los dedos. — Empieza la función. —
Frente a la primera casa de adobe vieron a una mujer con trenzas entrecanas sentada en una silla de madera. Cuando se acercaron se levantó hacia ellos y se fijaron en la placa metálica de su pecho. Enmarcaba un rostro bigotudo en relieve. Era dos centímetros más baja que la pequeña del grupo.
— Un dibujo muy bonito. — Khorianta se dirigió a la mujer que quedaba a su altura, mirando el rostro pintado en su pecho.
— ¿Eso es una peluca? — dijo Unia, saliendo por detrás de la esquina de la casa. — Está muy lograda. — añadió mirando a su compañera.
El grupo empezó a tener muy claro a quienes tenían delante. Y al girar la cabeza vieron a los que completaban la certeza. Yamuy y Cot les cortaban la huida. Se miraron entre ellos esperando que alguno tuviera un plan que los sacara de allí.