Cuando cuelgan las dianas (15)

[Previo]

Día 15

Naton fue conducido ante el resto de los forasteros y los encontraron descansando alrededor de una hoguera. Yamuy golpeó dos veces el suelo de roca con la punta de su arco. Extendió el brazo con gesto pomposo y presentó a su acompañante.

— Naton de Villaconde, el ladrón. — El acusado se tensó y Yamuy empezó a caminar por delante, mirándolo con gesto serio. — Hemos venido por ti. Nos robaste lo único que no podíamos permitir. — Naton tragó saliva. Supo a qué se refería. Su falta tuvo que ser evidente. — El Jarrón de Mantiava. —

Yamuy se detuvo a un paso de distancia de él. Le sacaba una cabeza y lo miró a los ojos con la cabeza inclinada. Los colmillos de oso se interponían en la mirada y aparentaban mayor tamaño por las franjas en la tez de su rostro. Desde el centro de su frente descendía una línea negra que se ensanchaba al llegar a la nariz, cubriéndola, y por cada lado le acompañaban tres rayas blancas y negras en unas paralelas poco estrictas. A Naton le pareció que el oso también le observaba a través de las sombras que bailaban en sus ojos vacíos. Intimidado, desvió la mirada hacia los demás. Evitó a Cot y su camaleón, Unia no le dio ninguna pista cubierta bajo su capa y tras la máscara y Khorianta lo estudiaba sentada en una piedra ante el fuego. Pensó en cómo podría librarse. Combatir era un suicidio y no podía huir. No después de seguir a Yamuy, de esquivar las trampas marcadas por los trapos, de caminar por los túneles y cavidades de la cueva. En su mente surgían excusas, la necesidad de pedir perdón, de rogar por su vida… Pero antes de que las palabras salieran de su boca la enana se levantó.

— La maldición de Mantiava que conoces está en ese jarrón. — sentenció Khorianta. — El Jarrón de Mantiava se ha activado de nuevo, ha provocado todo esto y seguirá convocando más bestias. No podemos perder tiempo. Están llegando más.

A Naton casi se le cae el arma al suelo. ¿Había sido culpa suya? Los numerosos cadáveres de Sabletormenta que había visto siguiendo a Yamuy podían respaldar las palabras de Khorianta. No existía la variedad de la mansión, aunque podía ser pronto para ello… Había visto otra especie distinta entre los cuerpos. Distinguió un pico terrorífico entre las sombras que podía pertenecer a la criatura que se había escuchado la noche anterior desde el pueblo. Un movimiento próximo interrumpió sus pensamientos y dio un paso atrás al reconocer a Cot cerca. Mantuvo baja la cabeza y vio como extendía el brazo hacia él, ofreciéndole un amuleto del que escapaba un brillo azul.

— Tú puedes desactivar el jarrón. Solo tienes que tocarlo y pronunciar una palabra. —le dijo, acercando el amuleto hasta que fue aceptado. — Vas a ayudarnos.

Naton se encontró de nuevo con la mirada de Yamuy, que se había mantenido en el mismo sitio. Tenía una sonrisa fiera que casi parecía retarle. Sintió que debía hacerlo de cualquiera de las maneras. No era solo que no pudiera escapar, sintió que se había convertido en un deber. No lograba verse con la determinación adecuada, el miedo palpitaba por su cuerpo, pero era un hecho que lo mantenía atrapado, del que sabía que no podría librarse si no lo resolvía. Asintió un par de veces. Una para los forasteros. Otra para él. Y pasaron a explicarle el plan. Momento que aprovecharon para darle un breve pésame por su hermano. Le parecieron sinceros.

***

La caverna en la que habían localizado el jarrón estaba tras un estrecho paso unos metros tras la hoguera. Un agujero cruzado con una especie de losa de la misma piedra de la montaña. Naton fue el último en cruzarlo y tuvo que hacerlo de costado, entre dos paredes de roca que le resultaron demasiado lisas. Se dio cuenta de que un Sabletormenta no podría pasar por el hueco. La formación hacía una función de burladero muy conveniente. Se imaginó al mago moldeando la montaña para rendirla a sus intereses.

Asomó a una cavidad más grande de lo que había sospechado. Los lados se ensanchaban unos quince metros en cada dirección y no llegaba a ver el techo. Las antorchas ancladas a la pared junto al acceso apartaban la oscuridad hasta dos columnas naturales que quedaban medio sumidas en la negrura. No vio ningún Sabletormenta, ni cadáveres, pero sabía que en la exploración habían localizado al menos diez. Soltó el palo con sus marcas. No tenía sentido llevarlo más lejos. Lo cambió por una antorcha y Cot agarró otra.

Descendió por la ligera pendiente junto al grupo. El camino más transitable les llevaba entre las dos columnas, rodeando estalagmitas de todos los tamaños, desniveles resbaladizos y pozos. Un goteo constante retumbaba por la cueva y consiguió escuchar patas quitinosas repicando entre las rocas. Se inquietó al no situar el sonido. No le gustaba estar rodeado de Sabletormentas en una cueva a oscuras. Y con cada paso incrementaba la atención en cada sombra que temblaba con la luz de las antorchas. Sintió un hormigueo trepando por su pierna. Se apresuró a iluminarse con la llama y comprobó que no había nada. Sus miedos jugando con él. Estar entre los forasteros no le daba la misma confianza que en la Mansión Mantiava. A su hermano no le había servido de mucho. Aunque tocó el amuleto que le había dado Cot, queriendo mantener la esperanza en que podía salvarle.

Al llegar a la primera de las columnas Khorianta dio la señal. Naton vio a Cot lanzar un pequeño objeto al frente. Un punto brillante que dibujó una alta trayectoria y del que se obligó a apartar la vista. Una explosión de luz espantó la oscuridad, que se escondió tras las dos columnas y apenas encontró cobijo bajo estalactitas y estalagmitas. Los Sabletormenta protestaron con estridentes alaridos y sonaron patas resbalando por la pared de la cueva hasta golpear contra el suelo. La cueva se mantuvo iluminada, mostrando numerosos insectos que buscaban escondite. Naton pasó entre Yamuy y Unia, que disparaban con sus arcos a cada enemigo que lograban localizar. A Cot lo vio usando un amuleto. Su voz generaba proyectiles del tamaño de un ojo. Salían disparados de su mano con un intenso silbido que le recordó al escuchado en los pasillos de la Mansión Mantiava. Khorianta tiró de su manga para que avanzara. Frente a él pudo ver el jarrón tumbado, sobresaliendo en lo alto de una formación de piedras junto con algunas baratijas.

Al pie de la segunda columna escuchó ruido sobre su cabeza. Alzó la vista y detectó tres Sabletormenta abalanzándose sobre ellos tras saltar de algún escondite en la pared de los pilares. Naton rodó al frente, esquivando el insecto que cayó a su espalda. Se giró con rapidez, preparado para una nueva embestida, y vio que el insecto lo buscaba con torpeza. Llegó a pasar la vista dos veces sobre él antes de fijarle como objetivo. Sus dos ojos divididos en dos le estudiaban mientras las largas garras oscilaban por debajo. El miedo se instaló en la parte baja de su estómago, como un peso que lo anclaba al suelo. Su daga temblaba hacia el frente. Se encogió al darse cuenta de que el insecto estaba a punto de saltar al ataque. Un pensamiento de huida cruzó su mente cuando las patas de saltamontes despegaron del suelo. Entonces escuchó un fuerte silbido a un lateral. Y el Sabletormenta perdió la cabeza. Resopló aliviado. Se giró hacia Cot, pero ya estaba centrado en disparar en la refriega que sus compañeros mantenían a su lado. Unia estaba hombro con hombro y un enorme oso negro mantenía a raya a dos insectos gigantes frente a los dos. ¿Yamuy? El animal tenía el aspecto que debió tener la capa sobre sus hombros en vida.

— ¡Date prisa! — Le urgió Khorianta, sacando el martillo del cuerpo de un Sabletormenta en el suelo. Se le acercó y notó la preocupación en su rostro. — Tenemos que aprovechar la ventaja que nos da la luz. Te cubrimos. ¡Vamos! ¡Puedes hacerlo! —

Naton intentó centrarse. Se repitió mentalmente la palabra de desactivación para mantener la mente ocupada y alejar el miedo. Lo que se complicó al ver al menos cinco figuras descolgarse de las paredes de la cueva. Empezaron a planear por las alturas y se perdían de vista al rodear las columnas. Corrió junto a Khorianta cuesta arriba, hacia el jarrón. Escuchó el alarido de una criatura alcanzada por los forasteros. Se dio la vuelta ante el aviso de la enana y vio que una descendía en picado hacia ellos. Aceleró su carrera. Al volver la vista la tenía casi encima, con las garras apuntándole. El escudo de Khorianta se elevó en el aire y lo interceptó. Fue como si hubiera golpeado con un muro que detuvo su avance. El metal resonó y el insecto alado se desplomó en el suelo, donde se revolvió entre espasmos. Naton saltó encima y lo acuchillo repetidas veces. Era una especie de Sabletormenta, sin las patas de saltamontes y con unas alas que se desplegaban desde la parte superior del exoesqueleto. No perdió tiempo en analizarlo. Tres criaturas se le acercaban. Tenía que llegar al jarrón.

— Yo me encargo de ellas. — dijo Khorianta, recuperando el escudo con el rostro bigotudo del suelo y avanzando al encuentro.

Naton saltó una fila de estalagmitas que le llegaban a las rodillas para rodear el enfrentamiento de la enana. Se dio cuenta de la forma voladora que daba vueltas sobre su cabeza. Se le abalanzó y con ataques de su daga consiguió espantarla para que volviera a ganar altura. Apresuró su carrera lo que pudo, vigilando el vuelo del insecto y el lugar donde pisaba en el suelo irregular. Se le ocurrió una idea. Elevó las zancadas al ver que empezaba el picado, casi avanzando a saltos, hasta que lo tuvo encima. Entonces se agachó, alzó el escudo y lanzó una estocada casi a ciegas. Sintió la resistencia del cuerpo en su brazo.

El insecto se estampó contra el suelo. Le dedicó el tiempo justo para descartarlo como amenaza y se centró en el jarrón. Donde otro Sabletormenta se irguió sobresaliendo en la protuberancia rocosa. Naton se enfrentó de nuevo a aquellos ojos plateados que una línea negra dividía en dos. Más confiado, avanzó poco a poco, queriendo anticiparse al salto. Mantuvo enfrentada la mirada hasta que la luz se desvaneció y su visión se redujo a un limitado circulo a su alrededor. Más estrecho que el proporcionado por la antorcha a causa de la drástica perdida de iluminación. Su determinación se esfumó al perder de vista al enemigo. Buscó con urgencia un lugar donde refugiarse y pisando unos charcos de agua se acercó a unas estalagmitas. Agitaba la antorcha al frente. Quería ver más, pero sobretodo obstaculizar un ataque o hacer que se lo replanteara.

Fue demasiado rápido. Vio una sombra muy cerca y saltó de inmediato por encima de las estalagmitas. Con la pierna golpeó en una, vio un breve destello azul y se le cayó la antorcha al suelo, donde se apagó. Se quedó en la total oscuridad, a excepción de un brillo distante al que no prestó atención. Con el culo en el suelo se arrastró hacia atrás, alejándose con la daga en alto, sin saber hacia donde apuntar. Los sonidos guiaban su punta mientras intentaba descubrir cuál era provocado por el insecto. A cierta distancia sonaba el combate de los forasteros, distrayéndole. Pero logró escuchar lo que creyó un salto y apuntó su arma en su dirección. El pánico aferraba sus músculos.

Recibió el impacto. Un cuerpo que le cayó encima. Notó las garras en el costado y en el hombro. Un solo toque, un instante en el que se reflejó un leve y breve brillo azul en cada punto de contacto. Naton salió despedido hacia atrás. Se sintió volar hasta impactar de espaldas con unas estalagmitas que quebraron contra su cuerpo. Rodó al otro lado y acabó tirado con la mirada al techo. Nada penetró en su cuerpo, nada le dolió. Intentaba encontrar la explicación cuando vio un leve brillo volando por el aire. Cerró los ojos de inmediato. Imaginó el destello desapareciendo para que la luz volviera a irrumpir en la caverna. Lo notó a través de los parpados cerrados. Los abrió poco a poco para no cegarse, aunque la luz era suave después del estallido. Vio el sabletormenta tirado a ocho metros de distancia. Sangraba por una herida en el abdomen que podía haber causado su daga y por más sitios. Recordó el amuleto. Supuso que el resto de heridas eran a causa del ataque repelido.

Una serie de aullidos resonaron desde el lugar por el que habían entrado. Más criaturas que respondían la llamada del Jarrón de Mantiava. Naton esperaba que no pudieran entrar.

— ¡Rápido! — le urgió Khorianta, que se acercaba salpicada de sangre negra.

Naton se levantó. El Jarrón estaba a dos metros. Corrió, saltó por encima de las piedras, lo tocó y susurró la complicada palabra que Cot le había repetido hasta grabarla en su memoria. Descubrió bajo sus pies el petate en el que había escondido su tesoro. No vio ningún cambio en el jarrón. No pasó nada. Se giró hacia Khorianta alzando los hombros.

— No sé si funciona… —

La enana se giró hacia Cot. Los rugidos se acercaban. Unia y Yamuy seguían avanzando mientras disparaban a la última criatura en el aire. El mago se había separado, adelantándolos, y disparó a un Sabletormenta que acechaba tras unas rocas. Naton pudo ver una placa metálica en su mano que emitía un brillo oscuro. Disparó lo que le pareció una bola de piedra que golpeó al insecto en el abdomen y lo partió por la mitad. Cuando llegó hasta ellos se acercó al jarrón para tocarlo.

— Ya está. Bien hecho Naton.

Más aullidos atrajeron su atención y los tres se giraron hacia la entrada. Naton agarró su amuleto con la mano libre. Observó que había una grieta profunda que se extendía de lado a lado del metal.

— Se está rompiendo. — le dijo a Cot.
— No dura para siempre. — hizo un gesto con la cabeza señalando hacia Khorianta. De la cadena de su cuello ya no colgaba nada, solo el aro que había sujetado el amuleto.
— ¿Y qué viene ahí? —
— Ahora lo sabremos. —

Villaconde

Los reductos de esperanza entre los vecinos de Villaconde se diluyeron al volver a escuchar los aullidos de las bestias en las montañas una segunda noche. Unos empezaron a creer en las palabras de Magda, en sus recelos contra los forasteros. Otros pensaban que habían muerto en las cuevas. La noche anterior habían tenido suerte, no tuvieron que lamentar ninguna perdida, pero esa mañana podían no tener tanta suerte. Se hablaba de al menos un desaparecido. No todos los conocían, pero su nombre corrió por el pueblo por si alguien daba con él. Era Naton.

Los primeros vecinos que vieron figuras bajando desde las montañas se alarmaron. Hasta que empezaron a relacionar sus formas con personas. Eran cinco. La noticia no tardó en alcanzar los oídos de todos los vecinos. Los forasteros volvían y Magda reunió a sus simpatizantes para darles la bienvenida. Se armaron con las herramientas más mortíferas que encontraron anticipando un posible enfrentamiento. Querían pruebas de que estaban cumpliendo su promesa. Si no les convencían, pretendían retenerlos y obligarlos a pagar su comida y estancia en el pueblo. Se les sometería a la ley. Y si había algún mago ilegal sería entregado a la justicia.

El gobernador apareció con Régulo para unirse a la espera. El médico se había refugiado en su casa para evitar el acoso de los vecinos sin que estos lo supieran. Magda, al verlo allí, se preguntó por la identidad del quinto integrante del grupo que descendía por el camino de pastores del Mediador. Le pareció… ¿Naton? Las sospechas colmaron sus pensamientos intentando encajarlo en el plan. ¿Le había utilizado?

El grupo llegó al pueblo y fue rodeado por los vecinos armados. Traían un aspecto cansado, ropa rota, estaban salpicados en sangre, con magulladuras, golpes… A todos les pareció la apariencia de quienes regresan de la batalla. Si era un engaño estaba muy logrado.

— ¡Alto! — Magda les bloqueó el paso. — Enseñarnos pruebas o no os dejaremos entrar al pueblo. Vais a pagar todos los gastos. — se giró hacia Naton con enfado. — ¿Y tú que haces con ellos? ¿Eres parte de la mentira?

Se escucharon dos golpes blandos en el suelo en la parte de atrás del grupo. Magda se inclinó para ver tras Khorianta y Naton, que iban en cabeza. Pero su atención se desvió antes de localizar la fuente. Las armas improvisadas fueron cayendo contra la tierra. Vio a sus simpatizantes soltándolas con la mirada fija en un punto.

— ¿Qué hacéis? ¡No podemos tenerles miedo! — Entonces Magda lo vio y se calló. — Ah… —

A los pies de Yamuy había dos cabezas de Sabletormenta. Magda se hizo a un lado, digiriéndolo. Los vecinos que no se habían manifestado en contra se adelantaron y tomaron protagonismo para recibir a los forasteros con alabanzas. Insistieron en que olvidaran el malentendido y en que los acompañaran a la posada para que pudieran descansar. Los opositores, ya sin armas, fueron integrándose con cierto disimulo con el resto del pueblo. La celebración se impuso con rapidez.

Los forasteros fueron directamente a la posada para descansar Y Naton se dirigió a su propia casa. Al cruzarse con Vaind le sonrió con cansancio para mitigar su preocupación y le aseguró que se lo contaría todo. Cuando lograra dormir.

[Continúa]

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