La sombra de la piedra

Desde lo alto de la muralla las vistas eran inmejorables. Giles solía subir a menudo. Le encantaba poder ver por encima de los tejados y simular que agarraba a los habitantes entre sus dedos como si fueran hormigas. Se veían tan pequeños.

Una multitud en la plaza del mercado llamó su atención. En lugar de estar dispersos por los distintos puestos se habían concentrado en un punto. No lograba distinguir la razón. Su mente intentaba adivinarla. Consideró una discusión, un crimen… Hasta que se pusieron en movimiento y se percató de que incluso los tenderos habían abandonado sus mercancías. Solo podía haber un motivo. Alguien había proclamado poseer el don de la visión.

Imaginó la escena. La presentación del forastero, las pocas frases que habría necesitado para atraer a quienes le rodeaban y el escepticismo en los rostros cada vez más próximos. No era el primero en proclamarse bendecido. Pero nadie albergaría ninguna esperanza. No hasta que superara la prueba.

Giles no podía perdérsela.

La muchedumbre avanzó por el pueblo creciendo con todo el que encontraba. Cruzó al interior de la muralla y abarrotó la Plaza de la Verdad, excepto el circulo empedrado del centro.

— Solicitamos veredicto. — Una mujer de la primera fila tomó la palabra. Tenía su mano sobre el brazo del forastero y lo empujó con suavidad para que se adelantara. — Este hombre se hace llamar Agatone y asegura poseer el don de la visión. 

Desde su posición privilegiada, Giles atendía todos los detalles. Observó las miradas perdidas del gentío. Los guardias que velaban por la protección del lugar. La gran columna de piedra en el centro de la plaza y su base circular. La curiosidad del extraño, que estudiaba todo lo que estaba a su alcance. Ambos se miraron a los ojos. 

— ¿Deseas decir algo? — continuó Cyrilla. 

Agatone asintió con la cabeza. En su rostro se percibían las dudas. Se dio cuenta de que seguían esperando su respuesta y se apresuró a contestar. 

— Sí, sí. — Dio un paso más y cogió aire. No sabía donde colocarse ni como poner sus brazos. La garganta le apretaba, reteniendo sus palabras. Sus manos sudaban. — Solo soy un viajero. — rompió el silencio que se alargaba demasiado. Cambió el peso de pierna mientras buscaba donde enfocar su mirada. — La verdad es que no esperaba este recibimiento. Ni esta situación. De donde vengo lo que llamáis don es lo habitual. — A su alrededor percibió algunas negaciones con la cabeza y se puso más nervioso. — No sé qué se espera de mí. Si necesitáis que os diga lo que veo puedo hacerlo. No me cuesta nada. Aunque ya tenéis a alguien que puede hacerlo. Y… 

— Suficiente. — le cortó Giles desde lo alto de las escaleras del fondo de la plaza. — Miente. 

— ¿Qué? ¡Es la verdad! 

— No tiene el don de la visión. — continuó Giles, ignorando las quejas del forastero.

El gentío empezó a cerrar el circulo con los brazos estirados hacia delante. Agatone se alejaba con cada paso que daban hacia él. Se sintió en peligro, el centro de un odio que no comprendía. 

— ¿Y cómo sé que tú ves? ¿cómo sé que eres tuerto? — sus palabras surgieron quebradas.

— Todos lo saben. — respondió una voz entre la muchedumbre.

— ¡CALLAD AL MENTIROSO! — coreaban otros.

— ¡ÉL SI TIENE EL DON! 

— ¡HA MANCILLADO LA PLAZA DE LA VERDAD!

— ¡PERDIÓ UN OJO POR DEFENDERNOS!

— ¡NOS PROTEGE DE LOS EMBUSTEROS!

Agatone reculó hasta toparse con la áspera columna de piedra. Acorralado, buscó con desesperación la forma de superar el cerco, de librarse de las cientos de manos que tanteaban el aire frente a miradas desenfocadas. Su avance era lento pero imparable.

— ¡ES ÉL QUIEN OS MIENTE! — gritó para que se le escuchara por encima del vocerío. — ¡ESTÁIS MÁS CIEGOS DE LO QUE PENSÁIS! — Sus palabras no consiguieron abrir la menor brecha de duda. — ¡HACEDME UNA PRUEBA DE VERDAD! ¡LO PUEDO DEMOSTRAR!- 

Sin encontrar más opciones, encaró la piedra con urgencia y buscó hendiduras en las que agarrarse para trepar. Apenas había logrado ascender un metro cuando sintió el contacto en sus piernas. Pataleó para liberarse. Impactó en varios cuerpos que gritaron de dolor. 

— ¡NOS ATACA! 

— ¡CUIDADO CON EL EMBUSTERO!

— ¡A POR ÉL! 

Los golpes exacerbaron los ánimos del gentío. Se escucharon más gritos y su determinación creció. 

 — ¿Y QUÉ ESPERABAIS? ¡SOLTADM… 

La muchedumbre tragó al forastero haciéndole callar. Agatone no dejó de forcejear entre la multitud de extremidades que lo aprisionaban y mordió lo que encontró. Fue inútil. Sus fuerzas barridas por la marea. 

— ¡LO TENEMOS!

— ¡NO VOLVERÁS A MENTIR!

Giles se encontró con la mirada del forastero antes de perderlo de vista entre sus captores. Conocía la expresión de su rostro. La impotencia furiosa de un hombre honrado que descubre la debilidad de su mejor arma. La que creía infalible. 

Agatone siguió distinguiendo la figura del tuerto a través de torsos, brazos y cabezas. Se mantenía impasible en lo alto de las escaleras. Apretó los dientes al verlo dar la vuelta, retirarse la corona de la cabeza y cruzar las puertas del castillo.

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